martes, 3 de febrero de 2009

Leo, un cuento

¿Tienes tiempo para una historia de perlas, arena y deseos de maternidad?

Verás, en París, durante los últimos 6 meses de mi estancia, cuidaba a un niño de cinco años insoportable que se llamaba Roland. El trato era que yo le iba a buscar al colegio a las 5 p.m., le aguantaba dos horitas, y a cambio sus padres no me cobraban el alquiler de un pequeño cuarto independiente en el último piso del edificio, Boulevard Filles du Calvaire, muy cerca de République y 20 minutos andando del Marais, mi barrio favorito.

Por las mañanas conseguí un trabajo de semi traductora en una empresa francesa pijísima (La Royal Edition) Avenue de la Grande Armée. Lo conseguí gracias a una de las mujeres más bellas que he conocido nunca, una modelo alemana que me quería mucho, estudiaba conmigo civilitation francaise en La Sorbonne y yo creo que hasta le gustaba, porque mi tristeza post amor perdido era gigante, y a pesar de todo y de su superficialidad, Nicole me buscaba para salir, fiestas, no se daba nunca por vencida.

El caso es que en Semana Santa yo quería volver a España, necesitaba mi tierra y me moría, como siempre por aquella época, de tristeza. Dominique, la mamá de Roland, me propuso un trato. Ella me daba diez días de vacaciones si después yo acompañaba a Roland y a sus tres primitos a la casa de la abuela, en un pueblo como a dos horas en tren de París llamado Provin. Acepté inmediatamente. Recuerdo todavía mi sensación de mundo blu, azul y triste, cuando regresé de España y directamente, mochila y todo, conseguí un tren de lejanías destino Provin.

Provin es un pueblo medieval de cuento, muy francés, dibujado por casas de piedra, jardines llenos de buganvillas y hortensias, la plaza central rodeada de pequeños barecitos y tiendas, y una gran iglesia gótica. La casa de los abuelos era gigante y al mismo tiempo muy acogedora, y ellos pertenecían a esa clase media francesa un poquito intelectual, heredera de transgresiones que ya cumplieron muchos años.

Me cautivaron desde el principio. Tenía mi propio cuarto en la parte alta de la casa, con una ventana desde la que se veían las estrellas de un mes de abril ya casi mayo frío y soleado.

Los abuelos vivían solos en la casa durante el invierno, y en Semana Santa y en verano acogían a sus nietos como un maravilloso paréntesis de vida. Ella se llamaba Monique y él Martin ( era mi favorito el abuelo, silencioso y bueno). Cada uno tenía su propio dormitorio decorado según criterios tan diferentes como ellos mismos: Martin lleno de libros de derecho y de historia (había sido abogado), sobrio y de madera, con grandes barcos encerrados en grandes botellas de cristal, y Monique luminosa la habitación, de colores pastel, mariposas, flores de fantasía y mantas de lana.

Cuando llegué era lunes por la mañana y me presentaron a los primos de Roland mientras éste andaba en pleno ataque de celos parce que María est seulement pour moi, elle ne doit pas garder d´autres enfants. Los primos eran tres hermanos: el mayor se llamaba Julian, tenía siete años, y era un niño guapísimo, educado, sensible, encantador… de esos que casi no existen y que contados resultan irreales. La más peque se llamaba Lily, y para describirla hay que cerrar los ojos e imaginarse una preciosa bebita de un año y medio, con la cara redonda y la piel oscura y unos ojos marrones enormes.

Leo, el pobrecito mío, en mitad de aquellos hermanos tan espectaculares, era un enfant tímido y feíto de tres años, con el pelo castaño y los ojos llenos de arrugas. Un pequeño viejecín recién aterrizado a la vida, escuchimizado, con problemas todavía para pronunciar algunas palabras, muy bajo de estatura, un marcianito herido… Leo tenía además varios traumas. Se hacía pipí en la cama y en la ropa, y a veces lloraba sin motivo alguno, no tenía amigos en el cole, los niños se reían de él.

Sus papás le habían llevado al psicólogo, que les había confirmado lo obvio. El pobrecito Leo, entre la brillantez de su hermano mayor y la belleza de Lily, se sentía desplazado, se sentía inferior y no sabía qué papel ocupar en su familia o en su vida. Pobrecito Leo era un niñito invisible e ignorado.

Supongo que ya ha quedado claro que Leo y yo nos enamoramos inmediatamente el uno del otro, aunque yo intentaba disimularlo sobre todo por Roland, insoportable pero buhardilla gratis en París. Y voilà que Leo mejoró un poco esa semana, supongo que notaba que en aquel pequeño microcosmos de Provin él sí contaba, intuía todo mi amor.

La paz de Provin fue gigantesca, fue una barrera en mi vida, la intuición de un futuro que espero que algún día se haga realidad. Todas las mañanas desayunábamos juntos Monique, Martin y los niños, y después jugábamos un rato en el jardín. Yo leía Prévert y las “Memoires d´ Hadriano” tomando el sol en el jardín mientras mis hombres se peleaban y corrían por todas partes. Generalmente después de comer salíamos a pasear por el pueblo, ellos con las bicicletas y Monique y yo con Lily caminando. Por las noches veíamos películas tumbados en la cama gigantesca de la abuela y un día nos asomamos al jardín para ver el paso rapidísimo de un cometa. Leo llevó a su osito Lou parce que Lou aussi il veut voir les étoiles, María, Lou aime les étoiles.

Muchas noches se quedaba dormido en mis brazos y después tenía que acompañarle a su camita, arroparle, quitarle el dedo de la boca que siempre se chupaba, tan tímido e inseguro. Fue muy triste separarme de él, y además después de aquello casi no le vi por culpa de Roland insoportable que estaba celosísimo de sus primos.

Pero lo recuerdo perfectamente. A ver, esto fue hace 12 años, así que ahora Leo debe tener ya 15 años. Ojalá el psicólogo le ayudara y le hiciera más fuerte, más capaz para esta vida que a veces parece una guerra. Leo era una de esas personas que yo defino así: una perlita equivocada, un error del destino que cuela arena en una concha y crea de pronto un ser lindo, frágil y no apto para lo concreto, lo práctico, la vida.

1 comentario:

  1. muy bonito. me siento como leo, será por mi signo.
    felicidades por este pequeño espacio tuyo. espero seguir leyéndote a menudo.

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