jueves, 19 de febrero de 2009

Fantasmas

Es sabido que enamorarse de un fantasma es mucho más fácil que querer a un hombre que se lava los dientes en el baño de al lado todas las mañanas. Mi adicción a este tipo de historias empezó a los 12 años. Él se llamaba Txema, aunque al principio no tenía nombre. Era sólo un adolescente desgarbado que tocaba el piano en el Conservatorio de la Ciudad del Norte. Luego siguieron otros especimenes allende las fronteras. Mi conclusión es la siguiente. Para las mujeres con síndrome de Peter Pan, los hombres tipo estrella fugaz son la pescadilla que se muerde la cola. Como nunca están, nunca defraudan. Como nunca defraudan, es difícil dejar de quererles. Como nunca dejas de quererles, su sombra efímera es más larga que los cipreses, se perpetúa en infinidad de árboles que no dejan ver el bosque. Son mentira, son peligrosos, son un signo de inmadurez. Pero se parecen tanto al amor que es difícil darles la espalda. Hace falta fuerza de voluntad y alguna que otra bofetada, aunque yo siempre pongo la otra mejilla con la esperanza de que me besen de nuevo. Para que todo vuelva a empezar.

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