jueves, 25 de junio de 2009

Mano a mano

Estábamos muy lejos de todo, o al menos muy lejos de mi casa. Al otro lado del océano y del mundo. Llevábamos horas parados en la carretera que se asoma al final de Perú. Tan altos nos encontrábamos que el cielo parecía formar, por una vez, parte de la tierra, unido a nuestras manos congeladas, nuestros ojos mojados de sueño, nuestra esperanza en llegar, aunque sea tarde. Llegar. El lago au bout de la nuit, al otro lado de la noche. La frontera. A nuestro lado, turistas sobre todo, pero también gente del país atrapada en el camino. Sin abrigos North Face, eso sí, sin botas, sin tiempo. El autobús tuvo que atravesar él solo el puente de madera quemado por los manifestantes. Manifestantes con ponchos de lana, semi descalzos, con bebés a la espalda, que hablaban de justicia. Imposible dudar de sus razones. Los desheredados siempre tienen razón.

Atravesar el puente inseguro, a pie, a la una de la mañana, bajo la luna tumbada y carcomida. Con ganas de que un hombre europeo me dé un abrazo. No se lo pido, no me lo da. En cambio ella habla, entre la manada de gente que sortea en la oscuridad las tablas de madera, con su tela multicolor de alpaca rodeándole los hombros, y un sombrero en la cabeza. “Que alguien me agarre de la mano, tengo miedo”. Le dije: “Yo, señora”. Y cruzamos las dos al otro lado del tiempo con las manos bien apretadas hasta llegar a la orilla. Mi autobús y su carro desvencijado nos esperaban al final del río. Nos separamos. No sé su nombre, pero espero que le vaya bien y que aquella noche llegase a su destino.

1 comentario:

  1. nuestro propio miedo nos empuja a ser valientes. tú sigue así, valiente, no lo pienses!

    ResponderEliminar